domingo, 27 de mayo de 2012

La metáfora en la obra de Victor Erice


Abordar el trabajo de Victor Erice parece a primera vista un trabajo fácil pero en realidad no lo es. Como punto de partida debemos decir que la obra del cineasta español es muy escasa y sin embargo muy rica en matices y de un significado profundo. Hasta el momento sólo ha realizado tres largometrajes además de algunos trabajos en conjunto con otros directores (en general extranjeros) y algunos cortometrajes. Debido a las temáticas que trata y el sentido que les da, Victor Erice muchas veces no ha sido comprendido y por eso mismo varios de sus proyectos no han visto la luz aún. Es el caso por ejemplo de “La promesa de Shanghai”, film que no llegó a realizarse pero que sin embargo su autor lo vendió como material escrito –guión y análisis varios- en diversos libros que se vendieron con bastante éxito.

De su opus vamos a tratar su parte más significativa es decir sus largometrajes. Erice llamó a su primer trabajo “El espíritu de la Colmena” (1973), luego le siguió “El Sur” (1983) y por último “El sol del membrillo” (1992). En este análisis sólo trataremos su primera y última obra por dos sencillas razones. La primera es porque he podido ver estas dos hace poco tiempo y están más frescas en mi memoria –el Sur la vi ya hace bastante- y la segunda es que justamente el Sur me parece una película no tan personal –en mi opinión- ya que parte de un libro ajeno a Erice (escrito por Adelaida García Morales) y con una temática que no me parece del todo conectada con él.

Es difícil poder elegir un solo tema para conectar la obra de Erice. Por ejemplo, uno podría utilizar simplemente la fotografía que el autor utiliza en sus films. Es un apartado muy extenso. Ya con esto y su significado se podrían escribir varios análisis. ¿Qué significado tiene para Erice la luz y los contrastes en cada una de sus obras? El inicio del Sur, cuando la luz va penetrando en el cuarto de la niña iluminándolo todo poco a poco. La escena sin duda está dotada de una belleza y musicalidad incalculable. O en El sol del membrillo es justamente ese sol que se cala entre las hojas del árbol para iluminar los frutos lo que hace que el film tenga punto de apoyo y pueda avanzar. Pero sobre esto hablaremos más adelante.

Para no adentrarme en otros temas quiero referirme concretamente al metaforismo que cubre las películas de Erice especialmente en su primer trabajo y el último. Una de las características que me llamó más la atención es que en estos siempre está presente la sensación de que los personajes viven una vida apartada –no literalmente-. Es decir, conviven con otras personas, familiares, etc., pero sin embargo siempre tienen momentos en los que necesitan apartarse y analizar el mundo que les rodea. En El espíritu de la colmena no sólo la niña protagonista necesita alejarse de la sociedad para entender a ese espíritu –que al principio es metafórico pero al final, si bien no pierde este tono, se convierte en algo más palpable-, también su padre es un hombre que se encierra en su cuarto para meditar y escribir. En El sol del membrillo es el pintor quien se aparta del mundo para quedarse junto a su árbol preferido y allí observarlo para poder retratarlo. Es interesante que Fernando Fernán Gómez, quien hace de padre de la niña en El espíritu de la colmena, cuando recibió el guión para su lectura no entendiera en lo más mínimo su argumento y su forma de narrar. En una entrevista que tuve la oportunidad de ver el actor lo decía con suma sinceridad “no entendí el guión”. Cuando le comunicaron esto a Erice él contestó que estaba bien, que el que lo tenía que entender era él, como director. Luego Fernán Gómez aceptó el trabajo. Esto no denota dejadez por parte del actor –ni podría atreverme a decirlo ya que hablamos de uno de los mejores actores españoles que han existido- sino que demuestra y deja muy claro que el film era totalmente una obra personal y que su autor era el único que podría dotarla de significado. De un significado poético, claro.

Ya en el título de “El espíritu de la colmena” encontramos entrelazada una metáfora. El inicio con el protagonista entre las colmenas es sólo base para que en sus poemas le dé sentido a la historia. En cambio el espíritu toma otro rumbo ya que parte del supuesto espíritu que ven las niñas en la película de Frankenstein, donde Boris Karloff encarna al monstruo. Ese monstruo aparecerá al final para encontrarse con la niña. La escena es sumamente poética y también mágica debido a su tono fantástico. Pero si regresamos algunos fotogramas atrás, el que la niña crea que si ella es buena el espíritu no le hará daño y lo podrá ver, le hace enternecerse con el soldado herido y darle lo que tiene: un poco de comida y ropa. El fin del soldado tiene aún más sentido. El que la niña le haya regalado el saco del padre, en donde estaba su reloj, le hace ver a este –luego de la ejecución- que ese soldado también pudiera haber sido su hijo –que todavía no volvía de la guerra-. La niña, confundida y desorientada luego de ver la sangre y no a su espíritu, corre lejos, se adentra en la noche y es junto al lago donde se le aparece el monstruo de Frankenstein. El shock de todos estos hechos le hará perder el habla por un tiempo.

Es interesante saber que el guión original para “El espíritu de la colmena” estaba destinado para una película de terror. De hecho, el film posee todos los elementos necesarios para un trabajo de esta índole e incluso el fantasma que viera la niña funcionaría de forma estupenda. Pero como generalmente sucede, a falta de presupuesto, los autores decidieron hacer una versión un poco más real y de este modo evitar los problemas propios de una producción mayor. Y es justamente aquí donde entra la mano de Erice y su poder para contar de una forma muy poética una historia que es totalmente entrañable y de una carga emocional gigantesca. Quizá el film de terror pudiera haber sido excelente, pero el que esos mismos elementos hayan sido adaptados para formar esa metáfora que forman el espíritu y la colmena –retratada también en los poemas y al fin conectada con la situación vivida ya casi al final del film- es algo valiosísimo y de un poder enorme.

En “El sol del membrillo” la luz juega un papel imprescindible pero no en cuanto a la textura visual del film –como en los trabajos anteriores del autor- sino en el significado que esta tiene cuando bañan de color a los membrillos. De hecho, el film es concebido como una clase de documental y por eso mismo el trabajo fotográfico y de color no es tan cuidado como en sus otras obras. “El sol del membrillo” sigue el trabajo de un afanado pintor que intenta retratar un árbol de membrillo. Asistimos a su ardua tarea desde el principio. Vivimos con él la preparación, la espera y el proceso. En el inicio se hace algo aburrido acompañar esto pero a medida que el film avanza y comenzamos a comprender el fin que persigue el pintor, todo se va haciendo más interesante porque ya no es un simple trabajo o pasatiempo sino que el pintor intenta lograr no una obra concreta sino un matiz que halló en la naturaleza. Matiz imposible de retratar como luego se dará cuenta. Tiempo atrás había visto cómo el sol se colaba entre las hojas e iluminaba a los membrillos. Era cosa de un par de minutos, un momento extraño y mágico tan corto y a la vez tan dotado de sentido y poesía que para el pintor retratarlo era su cometido. Lo intenta, se prepara con ahínco y pese a las inclemencias del tiempo está allí, día a día en el mismo sitio –si llueve bajo el amparo de una carpa-, a veces en conversación con un amigo pero siempre avanzando sobre su obra. Sin embargo en un momento se da cuenta que es imposible lograr lo que quiere. Es evidente que el tiempo pasa y por tanto las cosas cambian. El color que él había visto en el membrillo iluminado por el sol era tan particular como corto su tiempo de vida. El árbol, a la espera de ese retrato, envejece poco a poco conforme pasan las estaciones. El autor se da cuenta de su trabajo –no inútil- pero imposible. Deja a un lado su pintura al óleo y decide hacer un dibujo a lápiz. Y ahora podemos hablar de la metáfora que hace el film y que Erice explicó en varias ocasiones. En primer lugar, lo que intenta retratar el autor es que las cosas buenas, las cosas valiosas, tienen un tiempo y hay que esperarlas. “Lo bueno necesita tiempo”, dice Erice. En segundo lugar que muchas de esas cosas, tal vez los mejores trabajos que uno pudiera haber hecho, nunca han sido terminados. Son obras inconclusas según Erice. Para él cada uno de sus films es algo inconcluso, como “El sur” cuya segunda parte no vio la luz, o como “La promesa de Shanghai” que sólo quedó en un texto escrito. Para Erice el que el pintor no pueda terminar su cuadro tiene un significado muy personal  e incluso en cierta forma toma más fuerza al final del film cuando relata el sueño y el autor se duerme-muere. El membrillo también muere, llega el invierno y las hojas caen.

“El sol del membrillo” fue una película que en diversas ocasiones me recomendaron. Visionarla no es tarea fácil: hay que entender su verdadero sentido y acompañar la obra del pintor. Muchos críticos cinematográficos creen que se trata de la mejor película jamás filmada. Esto me hizo detenerme mucho más en su análisis. Si la sentencia es o no exagerada, es una cosa, pero el que su significado y mensaje sea tan extenso la hace una película inabarcable y sin duda una obra maestra.